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lunes, 28 de abril de 2014

Utopía

Escrito por anónimo

¿Está tan lejos la utopía? 

Se nos ha presentado a la utopía en el lugar más lejano, nos la han alejado tanto que parece inalcanzable. Es la manzana prohibida que nos llevará de vuelta al mundo ideal. Nuestro billete de viaje para alcanzar la sociedad perfecta. En ella está el modelo, el molde de una sociedad justa basada en el respeto real, la soliralidad real y la libertad real. Una realidad en el que los problemas tengan solución, en los que las tinieblas de la mente y el espíritu humano se vaporicen. Un mundo en el que los lastres y las lacras sociales desaparezcan. Un lugar en el que los valores que protegen el bienestar se materialicen en cada acción humana.  Sin embargo, esta se nos presenta taniinaccesible que el propio camino nos nubla el destino. Tan solo la etimología del  nombre nos imposibilita llegar a nuestro destino, utopía literalmente significa “no lugar”. Desde el momento en el que se acuñó el término nos pusimos la primera barrera. Desde entonces se considerara utópico lo que, además de perfecto y modélico, es imposible de encontrar o construir.   No debemos permitir que el espacio entre lo posible y lo real aumente. No puedo concebir la extremada labor que se lleva a cabo para tachar las ideas y los intentos de crear una realidad realmente justa. El empeño de los poderosos en privarnos de lo que realmente deberíamos tener como seres desde el momento de nuestro nacimiento. Como miembro de esta especie me avergüenza la cantidad de potencial que llevamos desperdiciando desde hace siglos. El potencial mental se desborda en la lucha de los intereses de los que solo se guían por la lacra social del poder. Pero también se desborda en el lado de la gente que vive casada con la conciencia, que tratan sin cesar de explicar su modelo, de darnos las recetas para empezar a vivir realmente bien, y que tan ignoradas y apartadas son. Me parece lamentable que aún sigamos sumergidos en las decisiones que individuos apestados y sucios, con almas oscuras y sentimientos quebrados, toman constantemente en su lamentable uso del poder. La utopía puede llegar a materializarse si se rompe la barrera espacio-temporal que nos separa de la acción de arrancar el fruto que nos ofrece el árbol de la sabiduría. Jamás se podrá destruir la utopía y tampoco se puede negar su existencia. La utopía existe y no es tan difícil alcanzarla como se cree. El único motivo por el cual no se podría llegar es por la falta de voluntad de hacerla realidad. Es lo único que realmente nos separa de ella, una fina tela, suave y ligera. Si somos capaces de cruzar el umbral de la decisión real podremos alcanzarla. Para ello se requiere un cambio interior, individual. Nuestra mente ha de conectarse de manera consciente con el resto de las psiques del mundo para buscar la armonía espiritual. Cuanto esfuerzo parece que pida, pero realmente no es más que empatía. Si te concentras, notas el sufrimiento de personas muy lejanas. Puedes llegar a escuchar los gritos de dolor y desesperación. Escuchar el silencio de los presos y el silencio de quien trabaja por algo en lo que no cree. El sufrimiento espiritual de la humanidad es tan fuerte que si le prestas un poco de atención parece taladrar tu mente. Cuando seamos capaces de sintonizar nuestro espíritu con las demás almas en pena podremos empezar a cruzar el fino velo de la voluntad. Si tu propia alma está turbia y crees que puedes achacar tu malestar a la sociedad en la que vives, no hace falta ni que te sintonices con tus seres hermanos ni con tus seres hermanas. Pero la lucha individual no debe guiar nuestros pasos. Nuestros pasos deben estar dirigidos por la mente colectiva atormentada. Es simple cuestión de apoyo. Si vagas en soledad en el desierto y caes nadie te dará agua, si caminas junto a todas las almas en pena, alguien humedecerá tus labios, alguien te prestará sus zapatos y alguien susurrará en tu oído lo cerca que estamos. Estamos más cerca de lo que se cree. Y no temáis morir en el camino si creéis que avanzáis en la dirección correcta. Cuando logremos deshacernos de ciertos valores que desde hace mucho tiempo pudren nuestra mente y empecemos a conocer la realidad de los valores luminosos estaremos lo suficientemente armados para cruzar esa tela, el resto es simplemente organización logística. Si he de tener un Dios, utopía libertaría tendrá por nombre.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Bala perdida

Bala perdida 

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Escrito por anónimo

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- ¿De verdad vas a matarme?

Se produce un silencio. Yo le miro fijamente a los ojos. Él tiene una pistola agarrada con las dos manos. Está apuntando a mi cabeza. Está a unos pocos metros de mi y tiene la cara llena de mocos y lágrimas. Desde aquí puedo oler el olor que desprende su aliento y su ropa a alcohol.

-Hazlo tío, acaba con migo. Soy una mierda. Acaba con esto. Hemos sido amigos, pero si has decidido que mi final sea así, pues tío, lo dejo en tus manos. Te mereces decidir.

-¡Joder tío! Eres un puto cabrón. Es que me has arruinado la vida cabrón, me la has arruinado. ¿Por qué lo hiciste joder? ¿Por qué?.

Mientras dice esto no para de llorar. El tono de su voz es fuerte pero le tiemblan las palabras a causa del sollozo. Yo decido no responderle. No tengo nada que decirle. Ahora mismo se que merezco morir, así que realmente no me importa que mi colega apriete el gatillo.

- ¿No vas a decir nada o qué joder?

No digo nada. A partir de ahora dejaré que él tome la decisión. Mi mirada es firme.

- ¡Te la follaste eh cabrón! ¿Disfrutasteis mucho? Sois unos cabrones, debería mataros a los dos joder.

Suelta una bocanada de aire y empieza a acercarse hacia mi apuntándome a la cabeza. Conforme avanza va mostrando más odio en su rostro. Me pone la punta de la pistola en la frente. Noto el frío del metal de la pistola. Mi mirada sigue inalterada, fija en sus ojos llorosos. Mi amigo deja caer la pistola en el suelo y me da un puñetazo en la cara. Retrocedo mis pasos y cubro mi rostro con mi brazo. Me golpea sin parar de insultarme. El tío está muy rabioso e intenta darme una paliza. Lo cojo de la chaqueta y lo lanzó hacia una de las mesas del local en el que nos encontrábamos. Yo solía venir a este sitio a beber. Mi amigo lo sabía y se enteró de que su mujer le era infiel. Ella le dijo que yo era el otro hombre. Así que decidió venir a por mi. No se de donde sacó el arma pero me sorprendió verle con una. Jamás hubiese imaginado que él tuviese armas. Era un tipo normal y corriente que pagaba sus facturas y trabajaba duro para comprar la comida de su hogar. Hoy se había emborrachado y había decidido dar caza al hombre que se acostaba con su amor. Era lógico y yo sabía que algún día vendría a por mi. Pero me sorprendió lo del arma. Ahora mismo estaba tirada en el suelo y yo aproveché que mi amigo estaba sobre una mesa para cogerla. Cuando vino a por mi de nuevo vio que le estaba apuntando. Automáticamente se quedó quieto.

-Mira tío, tu no me has matado, pero yo no dudaré en hacerlo. No estamos hechos de la misma pasta. Si me atacas te pegaré un tiro y todo se irá a la mierda.

-¿A sí? Pues venga. ¡Hazlo!

El tío se quitó la camiseta y repitió elevando el tono de su voz.

-¡ Hazlo maldito hijo de puta!

Empezó a correr hacia mí y efectivamente le metí un tiro en todo el pecho. Se derrumbó y apoyó su cuerpo sobre unos taburetes del bar. Los tiró al suelo y se quedó sentado contra el muro de la barra. Ahí murió, mientras seguía mirándome. Había un par de tios al fondo del bar que se habían cubierto detrás de una mesa. El hombre del bar estaba bajo la barra. También había una pareja en la entrada. Tan solo se oía el hilo musical de la vieja radio que el dueño tenía. Me guardé la pistola, fui al perchero y recogí mi chaqueta. Me puse mis guantes de cuero tranquilamente. Volví a donde estaba mi amigo. Su imagen era penosa. Era un hombre gordo con el pecho lleno de sangre. Había formado un charco de sangre a su alrededor. Metí mis manos en el bolsillo de su pantalón vaquero y saqué las llaves de su coche. Salí del local y apreté el mando del coche para abrirlo. Vi que se encendieron las luces de un viejo coche de color ocre. Tenía la forma de un Cadillac lujoso pero evidentemente no era de marca. Sonreí porque me gustó la apariencia de aquel coche y me dirigí hacía él.

No paré de conducir en toda la noche. No iba a ningún sitio en concreto. Tan solo quería alejarme de esa ciudad y de toda la mierda que había sembrado. No era la primera vez que mataba a un hombre pero esta vez ya no estaba dispuesto a jugármela más. Había crecido en ese barrio en una familia de las que se llaman "desestructuradas". Cuando me lo decía la psicóloga del instituto me descojonaba. ¿Como has dicho? ¿Desestructurada?  Joder, que forma más suave de nombrarla. Como no, mi padre era un borracho que pegaba a mi madre y a sus hijos. Yo empecé a meterme todas las drogas que podía conseguir. Estuve liado con una prostituta que era mucho más mayor que yo. Le gustaba que fuera un crío. Aunque sabía todo lo que hacía no me consideraba un mal tipo. Ella me decía que eran cosas de la edad y que le gustaba la inocencia de mi juventud. También le gustaba que no solo le follaran tipos apestosos y desagradables. La polla de un joven limpiaba su cuerpo. Ella a veces me daba dinero. Cuando no me lo daba ella, lo buscaba por casa.  En casa pocas veces encontraba algo así que cuando no me invitaban a nada tenía que robar a punta de navaja. Así fue como me gané mi reputación de "kinki". Con el tiempo me fui haciendo mayor y cada vez me metía en más líos. Pasé un tiempo en la cárcel por atracar a mano armada una farmacia del barrio. Cuando volví del trullo me enteré de que la prostituta había muerto. No me causó lastima. También sabía que ese momento llegaría. Me dijeron que pudo ser de sobre dosis, pero yo creo que la asesinaron. En fin, de alguna forma tenía que morir la pobre mujer. Lo único bueno que me aportó la cárcel fue que dejé las drogas. Solo bebía alcohol y fumaba tabaco. No tardé mucho en volver a meterme en líos y tuve que matar a algunas personas para salir de ellos. Como en el caso de mi amigo. Realmente no era un amigo amigo porque yo en realidad no había tenido amigos. Tenía conocidos del barrio con los que simpatizaba más o menos. Pero no se les puede considerar amigos. Ahora tenía algunas deudas con varios tipos de la ciudad y no estaba tranquilo ni un momento sabiendo que algún día entrarían en mi casa de alquiler de poca monta y me pegaría un tiro en el sofá. Matar a este tipo fue lo que me empujó a echarme a la carretera y mandarlo todo a tomar por culo. Llevaba tiempo pensándolo pero no veía el momento. Mi plan ahora era conducir hasta que se me vaciara el depósito, atracar una gasolinera y continuar conduciendo.

La aguja de la gasolina ya había entrado en la reserva. A altas horas de la madrugada me había detenido para dormir un poco. Ahora serían las doce de la mañana. Continué con el coche por las carreteras secundarias en busca de una gasolinera. Al cabo de un tiempo vi un cartel que indicaba que había una más adelante. Encontré unas gafas de sol por la guantera y me las puse. Llegué a los surtidores casi sin gasolina. Bajé del coche y me metí en la la tienda de la gasolinera. Debía de ser el primero en pasar en un par de días. El hombre que debía atenderme estaba sentado durmiendo en una silla con los pies apoyados en lo alto de la mesa donde tenía la caja registradora. Me acerqué lentamente y golpeé con el puño cerrado cerca de sus pies. El hombre se cayó de la silla del susto y yo empecé a reírme.

- Buenos días grandullón. Me gustaría que me pusieras gasolina turbo en esa chatarra de ahí fuera.

El hombre sobresaltado se levantó refunfuñando.

-¿Cuanto quieres?

-Pues verás, lo quiero lleno, así que ponle unos cincuenta litros.

-Muy bien ¿Algo más?

-Pues ahora que lo dices también me gustaría llevarme algunos bidones de gasolina. Para no tener que parar en otra gasolinera cutre como esta.

-¿Cuantas quiere?

- ¿Podría llevármelas hasta el coche?

- Claro, dígame ¿Cuantas quiere?

-Llene usted un carro y acérquelas a mi coche, tengo dinero de sobra. Mientras cogeré algo de comida y así tampoco tendré que preocuparme por eso. Que manía la nuestra eh.

-¿Como dice?

- La de comer. Los humanos tenemos la fea manía de comer.

-Ya...

Me miró con la misma desgana que hacía su trabajo y se dirigió al almacén. Mientras yo empecé a meter todo tipo de comida en una bolsa. Vi como el hombre acercaba a un carro lleno de bidones al coche y como introducía la manguera en el depósito. Luego volvió y cuando entró yo estaba apuntándole con la pistola. El hombre se quedó inmóvil y con una cara de espanto. Levantó las manos y antes de que dijera nada empecé a hablarle yo.

-Abre la caja registradora y dame todo lo que tengas.

El hombre avanzó bajo la amenaza de mi arma y me hizo caso. No decía nada. Al parecer no era la primera vez que le robaban. El pobre no tendría dinero para comprarse una cabina con cristales antibalas.

-Espero que este usted asegurado viejo.

-Mire jovencito, a la gente de su calaña se les pilla tarde o temprano. Puede que esto te salga bien, pero no irás muy lejos.

-Venga hombre, no me sermoneé usted ahora. Mete la pasta en la bolsa. Ah y también me llevo las cuchillas estas de afeitar, que si no voy a parecer un jodido loco. Buenas tardes señor. Que pase usted un buen día.

Salí de la tienda, cargué los bidones y me largué.

Estuve varios días conduciendo sin rumbo. Me había afeitado la barba y la cabeza entera. El aire que entraba por la ventanilla acariciaba toda mi piel y me producía placer. En la gasolinera había sacado bastante pasta y tenía pocos gastos. Algunas veces comía en cafeterías de la carretera o me gastaba la pasta en prostíbulos. Siempre andaba perdido por las carreteras secundarias sin llegar a ningún sitio en concreto. Así fue mi vida hasta que se me acabó el dinero. Cuando esto ocurrió fui a unas urbanizaciones.

Paré mi coche en frente de un chalet que tenía buena pinta. Me bajé y me asomé por las verjas. No habían perros y tampoco veía cámara de seguridad. Salte el muro que separaba la calle del jardín y avancé hacía la casa. Me colé en la vivienda por una ventana que había abierta. Se oía la televisión en el salón y parecía que había alguien. Saqué la pistola y avancé silenciosamente por el pasillo. Efectivamente en el salón había un hombre. Le apunté a la cabeza y cuando iba a disparárle, el tío, como si acabase de olerme, giró su cabeza en mi dirección y me vió. Pegó un grito y escondió su cabeza en el sillón. Yo disparé pero no le di. El hombre empezó a gatear. Conseguí darle un tiro en la pierna. Abrió un cajón y sacó una pistola. Empezó a dispararme y tuve que cubrirme detrás del marco de la puerta. En el piso de arriba se escucharon gritos de mujer y de niños. Hice una voltereta y me puse detrás del sofá. El tío me pegó un par de tiros pero falló. Se estaba cubriendo y yo sabía donde estaba. Apunté a donde creía que saldría y esperé a que asomase su cabeza. Cuando lo hizo para intentar dispararme le pegué un tiro. Me aseguré de que había muerto y subí hacía el piso de arriba. Mi intención era decirle a la mujer que me indicase donde estaba la caja fuerte. La mujer estaba en su habitación con dos niños. Estaban llorando y la mujer empezó a gritarme:

-Por favor, no le haga daño a mi hijos.

Me lo repitió varias veces entre fritos y sollozos.

-Tranquila señora, soy todo un caballero, no le haré daño a sus hijos.

Miré a los dos chiquillos y les sonreí.

-Tan solo quiero que me indiques donde escondéis vuestro dinero, tan solo eso.

Apunté a la mujer y le hice un gesto de marcha con la cabeza. Dejó a los niños en la habitación y me guió hacia la caja fuerte. Era una sala pequeña en la que había un cuadro. Lo quitó y abrió la caja. Habían muchos billetes y algunas piedras preciosas. Las metí en mi mochila y me dirigí a la puerta. Pero entonces mi impulso sexual se activó. Tanta adrenalina me había excitado y esa mujer era realmente atractiva. Le apunté y me insinué:

-Una cosa cosa más... Es usted realmente atractiva y bueno... Ahora que ya no tiene marido supongo que te apetecerá experimentar cosas nuevas.

Le guiño un ojo.

-Ya sabes...

En sus expresiones de tormento se añade un nivel más, la mujer está pasando por el peor momento de su vida.

-Por favor, no me hagas nada, ya le he dado el dinero, váyase de mi casa y déjenos en paz.

-Pero vamos señorita, será divertido.

Le sonrío y me acerco hacia ella con la pistola en la mano, ella empieza a gritar y yo le rompo su fino camisón de noche. Penetro en ella con brutalidad y no dejo de hacerlo hasta que mi esperma sale de mi pene.

Salí de la casa con el botín y vi que los niños estaban en el jardín.

Me acerqué a ellos y les dije:

-Escuchad niños, sed fuertes y cuidad de vuestra madre. Intentad hacer todo lo posible para ser felices y nunca le hagáis daño a nadie o acabaréis como yo.

Ellos escucharon mis palabras pero aún no entendían muy bien que querían decir. Estoy seguro de que nunca se les olvidarán. Salté el muro y me metí en el coche, arranqué el motor y cuando estaba a punto de largarme volví a apagarlo. Me sumí en una reflexión interna "Realmente mi vida ya no tiene ningún sentido. Acabo de destrozar una familia para poder sobrevivir unos años más. Pero ¿para qué? si no se donde voy. No tengo un lugar para mí en este mundo. Creo que yo ya no pinto nada más. Si sigo vivo voy a continuar haciendo maldades y destruyendo vidas por nada. Lo mejor será que me vuele la cabeza y acabe con un hijo puta más de este mundo" Así que cojí la pistola, bajé del coche y me volé los sesos. Y mientras el polvo de mi sangre flotaba en el aire junto al humo de la pólvora, se hacía justicia.

 

 

 

 

 

domingo, 2 de marzo de 2014

Si te parece bonito, sádic@ será tu nuevo nombre

Si te parece bonito.....Esque eres muy sádic@
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-Observa esta cerveza.
Dice poniendo su cerveza en el centro de la mesa.
-¿Qué pensarías si te dijera que esta cerveza puede ser el centro de todo? El centro de todo este bar- Se queda pensando mientras observa la cerveza y continua.- Incluso el centro de todo el universo.
La chica espera a que continúe desarrollando esta exótica idea. Le encanta que la gente le proponga cosas tan absurdas. Le hacen pensar y olvidarse de lo cotidiano y lo normal.
-Enserio, ahora mismo todo está alrededor de esta cerveza. Todo gira en torno a ella. Tú y yo formamos parte del mundo que se expande a partir de ella. Este bar queda absorbido por su onda expansiva. Llamémoslo así. Esa onda expansiva podemos prolongarla hasta el infinito. Y de este modo, hasta el infinito avanza teniendo como centro esta simple cerveza.
Hace una pausa para que la chica asimile lo que le acaba de decir y vuelve a la idea.
-¿Es verdad o no?- Sonríe.- Pues sí, es verdad.- Se contesta a si mismo. -Por lo menos para el mundo que yo soy capaz de crear lo es. Esta es la prueba de cómo el ser humano es capaz de crear su propia realidad. Creamos nuestro mundo de acuerdo a los parámetros que queramos escoger. Yo podría fundar una creencia universal en la que dictase que esta cerveza es el centro del universo.
Coge la cerveza, le da un trago y prosigue.
-Pero evidentemente no lo haré. Sonríe de nuevo.
- ¿A sí que eso es lo que estudias tú en la universidad no? Le dice de cachondeo la chica.
Antes de que él pueda sonreírle en forma de respuesta, todo cuanto le rodea queda literalmente congelado. Todo menos él. La chica que tiene enfrente esta ahora dentro de un gran bloque de hielo transparente. Las personas que beben alrededor suyo también permanecen inmóviles dentro de grandes bloques de hielo. Hace mucho frio. De la boca del muchacho sale su aliento en forma de nube. Está totalmente impresionado. Nunca antes le había sucedido tal cosa. Se levanta de la silla y avanza dos pasos alejándose de la mesa sin perder de vista la cara de la chica. Cuando se encuentra dos pasos alejado, en un fugaz abrir y cerrar de ojos de un pestañeo común, la situación vuelve a la normalidad. La gente reanuda la marcha del tiempo desde el preciso momento en el que quedaron congelados. Para ellos la línea del tiempo no ha sido ni mínimamente alterada. Sin embargo, la línea espacio-temporal ha situado al joven a dos pasos de donde estaba sentado. Las personas que tenían en su campo visual al muchacho experimentan un gran asombro al haber presenciado esa extraña translación. Un chico de la mesa de enfrente, que lo ha visto de lleno, se tira la cerveza encima del suéter al dar un pequeño salto sobre su silla. La chica con la que estaba hablando emite un agudo alarido y también da un pequeño bote. El chico aún tiene la expresión de asombro en su rostro. Algunas personas comienza a señalarlo y algunos se levantan de las mesas. Abochornado y tremendamente desubicado, el muchacho se acerca a la silla, recoge su chupa, lanza una mirada desconcertada a la chica y sin decir nada se dirige a la puerta. La chica lo observa marcharse con una curiosidad que le provoca miedo. No tiene en ningún rincón de su mente una explicación para lo que acaba de ocurrir. Aunque es consciente de que el chico tampoco la tiene. Cuando piensa esto se compadece de él y decide salir a buscarlo. Coge su chaqueta y sale del bar sin ni siquiera pagar. El dueño del bar, aunque sepa que esas cervezas no van a ser pagadas, no le da la mínima importancia, haber sido testigo de lo que acaba de pasar no tiene, literalmente, ningún precio.
-¡He, espera! Le grita la chica mientras corre hacia él.
Él se gira y obedece.
-¿Qué ha pasado? Le pregunta ella cuando se detiene ante él.
-No lo sé, me acaba de pasar la cosa más inexplicable de mi vida. Hace una pausa, aún se puede contemplar en su rostro el asombro, aunque ligeramente alterado por la desesperación. –Enserio, si te contara lo que me ha pasado fliparías.
- Después de lo que acabo de ver no creo que pueda flipar más.
-Resulta que mientras hablábamos, de repente, todo se ha congelado. Pero literalmente ¿Sabes? Tú estabas dentro de un bloque de hielo, en la misma posición en la que te habías quedado. Tú y todas las personas del bar. Y yo, alucinando, me he levantado y he empezado a andar hacia atrás mientras te miraba. Estaba totalmente desconcertado. No sabía que cojones estaba pasando. Y luego, todo ha vuelto a la normalidad. Vosotros no os habéis dado cuenta. Habéis seguido como si nada.
-O sea que por eso de repente has aparecido ahí ¿no?
-Supongo. Se crea el silencio de nuevo. –Pero enserio ¿Qué cojones ha pasado? No entiendo nada.
- No sé, yo tampoco entiendo nada. Estoy flipando aún. No puedo asimilar una cosa así. A quien se lo cuente va a creer que soy una mentirosa. Se ríe. Le contagia la risa al chico y los dos se ríen. Al reírse liberan algo de tensión y rebajan la carga mental que le ha traído el asunto.
-Pues no se lo cuentes a nadie.
-¿Por qué lo dices?, ¿Por lo de que me llamen mentirosa?
-Sí
-Ah, no te preocupes, a mí eso me da igual.
-¿Te da igual que te llamen mentirosa?
-Sí, en cierto modo, todos somos mentirosos. Solemos mentir muchas veces en la vida, por muy honesto que se pueda intentar ser. A veces, mentimos sin querer.
-¿Sin querer?
-Sí, ¿qué es mentir al fin y al cabo? Alterar la realidad al contarla. Se responde a si misma - O más bien, ocultar o modificar ciertos hechos de la realidad. Pues bien, las personas, tendemos a desfigurar los hechos que se encuentran en nuestra memoria. A veces no lo hacemos con la intención de engañar, simplemente lo hacemos porque nuestra mente funciona así. No podemos fiarnos de nuestros propios recuerdos. Por eso a veces los testimonios de los testigos en los juicios no tienen mucho peso.
-Aah, asique es eso lo que aprendes tú en la universidad ¿no? Responde con gracia el joven.
La chica sonríe y le lanza un pequeño golpe cariñoso con el puño. Pero antes de que pueda llegarle, el chico queda congelado. Habían algunas personas en el parque que estaban cruzando, ellas también están encerradas en rígidos bloques de hielo. La chica se asusta y sin ser consecuente, da dos pasos hacia atrás con la mirada clavada en la del muchacho. En su rostro ha quedado petrificada una ligera sonrisa. Siente el frío ártico en sus huesos. Ladea su cabeza en ambas direcciones, izquierda y derecha. Cuando vuelve la vista hacia el muchacho, todo ha vuelto a la normalidad. El chico se sorprende al percibir el salto en el espacio de la chica y se fija en su cara de espanto.
-Te ha paso ¿Verdad? Le dice con fuerza.
-Bua, sí. Me ha pasado. ¿Qué está pasando? Me estoy asustando.
- ¡Madre mía! Dice el joven. -Yo también me estoy asustando.
Los dos se miran con cara de no saber qué hacer. No saben cómo reaccionar. No saben si deberían pedir ayuda o acudir a alguien. No saben si les va a volver a ocurrir. Temen que les vuelva a pasar lo mismo y se queden atrapados en ese mundo helado.
- En serio, no quiero que me vuelva a pasar. Dice asustada la joven.
-¿Crees que soy yo el que lo provoca? Lo digo enserio.
-Pues no lo sé, no creo ¿no?
El chico se encoge de hombros y dice con las manos abiertas:
- No sé, no sé, todo esto es muy raro.
-Deberíamos pedir ayuda, esto no puede seguir así. Propone la chica.
-¿A quién íbamos a pedirle ayuda? Nos tomarán por locos, por enfermos mentales o por drogadictos.
-Supongo que sí. Responde la chica. –Me quiero ir a casa.
-Vale, te acompañaré al autobús.
Los dos comienzan a andar en silencio, sumidos en profundas cavilaciones. Al cabo de un rato, cuando han avanzado un par de calles la chica rompe el silencio lanzándole una pregunta al joven.
  • ¿Porque crees tú que nos ha pasado?
  • Es lo que no puedo parar de pensar. Sinceramente tengo una especie de teoría, pero no sé si tiene sentido.
  • ¿De verdad?, ¿Cuál es?
  • Pues creo que es algo que tiene que ver con el amor.
  • ¿Con el amor?
  • Sí, ¿Nunca has escuchado eso de que cuando te enamoras el tiempo se detiene?
  • Sí que lo he escuchado alguna vez, pero no sé… ¿Crees que nos hemos enamorado en la primera cita?
  • Eso tampoco lo sé, pero es lo único que se me ocurre ahora mismo para darle una explicación.
  • Ya bueno, puede tener algo de sentido.
Ambos vuelven al silencio y continúan la marcha. De nuevo ella hace un paréntesis en la pausa del dialogo.
-¿Y cómo es posible que nos hayamos enamorado y no lo sepamos?
- No lo sé, quizás ese parón del tiempo nos quiere avisar de que si lo estamos. Pero vamos, que esto no es más que una simple interpretación. Yo no sé nada de parones espacio-temporales. Pero al parecer son reales.
-Sí, de eso estoy segura.
Vuelven a sus cavilaciones y la conversación se despierta de nuevo gracias a ella.
-El amor… no me extrañaría de que esa fuera la causa. El amor siempre crea situaciones difíciles de explicar y de entender con las palabras, es algo que tiene mucho poder.
El chico asiente en silencio.
-¿Estás enamorado de mí?
-No lo sé la verdad. Es muy pronto para saber algo así. Lo que sí que sé es que es la primera vez que esto me pasa con alguien. Hacía tiempo que no me pasaba nada por primera vez con una persona.
-Sí, a mí también hacía tiempo que no me pasaba nada por primera vez con una persona.
- A ver si ahora, con la tontería esta espacio-temporal nos vamos a enamorar de verdad. Bromea él.
Ella se ríe y contesta.
-Pues eso digo yo. Vuelve a reírse. Luego se sumergen de nuevo en el silencio. Los dos ven la parada de bus a lo lejos. Él pregunta si es esa la parada y ella le dice que sí. Entonces él comienza a sentir un cosquilleo en el culo. Siempre que se acerca el momento de despedirse con una chica y no sabe si besarla o no le aparece este cosquilleo.
-Bueno, ya hemos llegado a la parada. Le dice ella.
-Muy bien, pues nada. En fin, que decir de la cita…
-Un poco extraña. Le sigue ella con los mofletes duros y sonrosados.
-Sí. Se ríe él. –Bastante extraña. Vuelve a reírse.
- Ya hablamos y quedamos otro día ¿vale? Le dice ella sonriendo.
-Muy bien, adiós, nos vemos. Se despide él.
Cuando se da la vuelta para irse ella le coge la mano. Él se gira, se miran a los ojos y comienzan a besarse.
Creo que no hace falta decir qué quedaron atrapados en un mismo bloque de hielo macizo, frío y duro para siempre. Se quedaron encerrados en un punto espacio temporal infinito. Un punto, no una línea.

Sueño húmedo

Sueño Húmedo
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Escrito por anónimo

Hay algunos sueños en los que el grado de realidad es tan grande que no importa nada más que el momento. El sueño en el que actualmente se encontraba sumida Angie era uno de estos sueños.e Estaba en una gran extensión de césped poco cortado. El suelo era liso y se extendía hacia todos los horizontes. En mitad de esta extensa llanura habían miles de retretes distintos. Típicos retretes occidentales de roca blanca y fría, con un par de tapas que se pueden abrir o cerrar. Era un día soleado y ella lucía un vestido precioso. Un vestido veraniego de una sola pieza, de mangas cortas y de un falda que no llegaba a cubrir las rodillas. Tenía un par de botas marrones con dos calcetines largos. El pelo estaba suelto y ondeaba libremente gracias al aire fresco que corría. Aparentemente es un sueño normal, no se podría decir que es un pesadilla. De hecho hasta el momento no lo era.
Pero algo cambió en el interior del cuerpo de Angie. Comenzó a sentir unas ganas tremendas de orinar. No en el sueño, sino en la “vida real”. Su hígado había filtrado todos los líquidos que había consumido y ahora estaban en su vejiga. Se estaba meando. Ella lo notó en el sueño y comenzó a correr hacía los retretes que allí había. Cuando llegaba a ellos, tenia que contener sus ganas de mear por una razón totalmente ajena a ella. Mucha gente, en la edad adulta, refrena su necesidad de orinar en sueños por temor a mojar la cama. Inconscientemente, en el sueño, sabemos que no debemos mear porque eso podría perjudicarnos. A veces meamos, pero no saciamos jamás nuestra necesidad de orinar. Meamos y meamos en bosques acogedores o al lado de grandes cataratas que desembocan al mar y aún así creemos que necesitamos seguir meando. Hasta que al final te despiertas, descubres que ha sido un sueño y vas al baño de tu casa para desahogarte. En cambio, Angie, por la razón que fuera no podía mear en los retretes a los que se acercaba. En el sueño sentía que alguien la observaba. No podía mear si sabía que una presencia contemplaría esa acción. Al principio esta presencia era inofensiva. Ni siquiera la podía ver. No tenía forma definida, pero sabía que estaba cerca de ella. Su hígado seguía filtrando. Su vejiga se iba rellenando cada vez más y su necesidad iba aumentando. A medida que esta necesidad se hacía mas grande la presencia iba tomando mayor consistencia. Comenzó a ser una presencia oscura que la rodeaba. Después todos los retretes empezaron a rodearse de alambres de espino. El alambre salía de la tierra como si se tratase del crecimiento a cámara rápida de una zarza espinosa. El césped murió, el suelo se volvió negro, oscuro. La sombra creció y creció hasta oscurecer toda su alma. El sueño era la oscuridad. La oscuridad más profunda en la que jamás había estado. Oscuridad de la mente. Oscuridad en un sueño. Ella muerta de miedo seguía moviéndose por aquel campo. Desolada, temerosa. Cuando de repente tropezó en uno de estos retretes con espinas. Calló encima de ellas y empezó a sentir un dolor muy agudo. Entonces una leve frecuencia de música se coló por el auricular derecho de su oído y se despertó.
Era “Pink Floyd” acabando uno de sus psicodélicos temas del álbum“Momentary lapse of reason”, así que evidentemente ya no había ningún problema. Se había quedado dormida escuchando el auricular de su mp4. Tenía el auricular incrustado en el oído derecho. El día anterior había sido largo. Se levantó tarde, y esto le causaba pereza. La pereza hacía que el paso del tiempo le resultara más largo. Luego comer, estar con su familia, irse de compras con su hermano pequeño, quedar con un amigo. Tener una conversación, como poco, aceptable. Incluso placentera. Pero teniendo que soportar alguna tontería del colega. "¿Que se le va a hacer?" Pensaba ella.
"Algunos hombres se distraen un poco con su órgano sexual. Me hace gracia en verdad. Es curioso ver como les cuesta a algunos contener su impulso sexual. A parte de eso, se puede hablar bien con él."
Evidentemente, mientras todo eso y muchísimas cosas más pasan por su cabeza a una velocidad increíble, ha llegado al cuarto de baño.
No se al resto de la gente, pero a mi me pasan muchísimos pensamientos por la cabeza. Supongo que les pasará a todos. Los humanos digo, o las personas, si se quiere. Los humanos tendemos a pasar por alto mucha información. Se llama “ahorro cognitivo”, un término que leí una vez en un libro de psicología social. Si procesáramos toda la información que nos pasa por la cabeza, desatenderíamos muchísima información útil. Información incluso para poder subsistir.”
El caso es que lo que ahora mismo ocupaba la mente de Angie era la imagen que tenía delante de ella con relación a la pesadilla que acaba de experimentar. Que acababa de sufrir. Eso ocurrió justo cuando encendió la luz y contempló ese retrete blanco típico occidental de roca fría. Idéntico a los de sus sueños. Jamás habría imaginado que aquel objeto pudiese llegar a ser tan demoníaco.
Se quitó las bragas y meó. Colocó sus muslos de las piernas sobre sus manos para no tocar la roca fría. Es lista y sabe que lo de antes ha sido una pesadilla, tan solo eso. Pero le hace gracia.
¿Vaya sueño no?”
Se ríe ante el espejo. Contempla su rostro y vuelve a sonreír. Es curiosa desde siempre, es feliz siempre que puede. Y se las apaña muy bien para que se pueda siempre.
¿Por qué habré soñado eso? Osea, de todas las cosas que podría haber soñado, ¿Por que cojónes eso?”
Se vuelve a reír. Siempre le había llamado mucho la atención el mundo de los sueños. Le encantaba la vida real, pero cuando soñaba con algo increíble lo recordaba durante todo el día. Muy pocas veces se los contaba a la gente con la que estuviera. Cuando se lo contaba a alguien y esta persona parecía mostrar interés auténtico por su sueño, disfrutaba.
Me parece increíble este sueño, supongo que hay algo en mi interior que no está muy contenta."
Vuelve a sonreír por que le parece gracioso ese pequeño psicoanálisis que acaba de hacerse.
"¿Qué será? En verdad si lo pienso un poco, todo iba bien hasta que me he empezado a mear.”
Hace una pausa en su sonrisa y se mira al espejo. Se ve sentada en aquel extraño asiento y llega a la conclusión de que desea ir más allá en esta cuestión.
"A ver, es como si tuviese pánico a los retretes. Por eso me causan daño. Pero claro, ¿Por qué iba yo a tener pánico a un retrete? En realidad creo que me tendría que ir más atrás. Vale, piénsalo desde el principio. Resulta que yo estaba jodídamente feliz correteando por aquel prado con mi precioso vestido veraniego. Que por cierto, me recuerda a uno que tengo y hace tiempo que no me lo pongo. En fin, de repente me entran ganas de mear en medio de la noche, hasta ahí en verdad es normal. Pero cuando me acerco a los retretes... pues no puedo mear. Osea se que hay una presencia que me está observando y me molesta, pero bueno, es soportable. El caso es que me impide desahogarme. Me meo con más intensidad y es cuando empieza el sufrimiento. El sufrimiento se traduce sobre todo en oscuridad, miedo y dolor. Es entonces cuando me pasa lo del alambre de espino y me despierto. "
Recapacita seriamente en la reflexión y se queda un poco embobada mirándose al espejo. Considera que es el momento de abandonar el baño. Se pone de pie, se sube las bragas y se va a su habitación. Se ha desvelado. La pesadilla y esta nueva reflexión que se acaba de plantear ha excitado su mente y no quiere dormirse. Se sienta en la cama y se tapa un poco las piernas. Continúa con su pensamiento.
"El problema no está realmente en los retretes. Al fin y al cabo son inmuebles en los que los seres humanos podemos hacer nuestras necesidades. El problema está claramente en el hecho de mear. Mear me supone un problema, un problema muy fuerte. Tanto que oscurece todo mi entorno y me produce un dolor ficticio. Me hace sufrir en mi subconsciente, en el mundo de mis sueños. Pero ¿Por qué? Pues en primer lugar porque no me gusta que nada ni nadie me observe mientras lo hago. En el sueño esa presencia que me observa ni si quiera es tangible. Algo intangible e invisible en un sueño es algo que está muy dentro de mi. Un sentimiento o una sensación. Esa sensación de que me observen era la que empezó a despertar las tinieblas de mi mente. No había duda, era eso. Podía acceder al retrete porque aún no estaba envuelto de espinas y continuaba siendo un inofensivo inmueble servicial. Pero no lo hacía. Por esa maldita presencia, por esa sensación. El castigo se me agudizó privándome de acceder al retrete con alambre de espino. Sufrí mucho en esos terribles momentos de la pesadilla."
Enmudece su mente para asimilar lo que se acaba de decir. Se da cuenta de que ha hallado lo que le causó su pesadilla y quiere hacer algo al respecto. Angie siempre trataba de limpiar su mente lo más posible. Cada vez que encontraba una anomalía en su forma de comportarse la intentaba corregir como fuera. Lo llevaba haciendo desde los catorce años de manera consciente. Siempre corregía sus fallos, lo que ella consideraba sus fallos. No le importaba el precio que pagaría por ello. Estaba vez había encontrado uno y era consciente de ello. Es entonces cuando interrumpe su casi imperceptible silencio mental y sigue pensando.
"Sabes que siempre que encuentras algún tipo de pensamiento como este haces algo al respecto. "
Se dice a si misma.
"No se, parece algo pequeño, pero en realidad no estaría mal corregirlo. Supongo que no debe ser muy difícil, he hecho cosas más grandes antes. Si lo que tengo es una especie de rechazo a que algo me observe mientras meo, tan solo tengo que enfrentarme a ese algo. ¿Cómo me enfrento en la práctica? Pues se me ocurre por ejemplo mear en público. En un sitio en el que no haya intimidad para hacer mis necesidades básicas, donde este expuesta a la presencia de los demás, ahí, he de mear.
La sonrisa vuelve a su rostro y se da cuenta de la situación sub-realista que puede llegar a crear si lleva la idea a la práctica.
"Mira, yo solo digo esto: Mañana, bueno, hoy más tarde por la noche, me voy a ir con unas amigas a un local a bailar. Será un sábado por la noche y el local estará lleno. Podría ponerme el vestido ese tan bonito que tengo y que me recuerda al del sueño. Beber cerveza o lo que me apetezca mañana por la noche y cuando tenga ganas de mear, intentar hacerlo en lugares donde pueda ser fácilmente vista. De esta forma te enfrentarás directamente a esa sensación de sentirte observada. Porque en realidad cada vez estoy más convencida de que tener esa sensación negativa no es bueno para mi. A ver, por cuestiones de higiene puedo comprender que no toda la gente pueda mear en sitios públicos. Sería un caos de residuos corporales. Las calles apestarían y posiblemente hubiesen más problemas de salud. Pensándolo bien igual no es tan buena idea esto de mear en público por corregir una pequeña anomalía en mi sistema mental. "
Como se le plantea un dilema moral pierde bastante interés en mantenerse despierta. No le gustan los dilemas morales porque son complicados y tiene que barajar muchas variables. Es inteligente, pero es tarde y en realidad a estas horas pensar no es muy recomendable. Suspira después de otra minúscula pausa mental y se habla de nuevo.
"Déjalo por hoy, necesitas descansar Angie. Dormiré unas horas y mañana pensaré este tema con mayor claridad."

Se estira a lo largo de la cama y se arropa con la manta que tenía a sus pies. Se recolóca bien la almohada y desconecta hasta quedarse dormida.

Corrían tiempos navideños

Corrían tiempos navideños
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Antes de que me alcance la muerte, me gustaría dejar escrita una de las tantas historias que marcaron mi vida. Era la época de navidad cuando esto ocurrió. Yo vivía por aquel entonces en un pueblo donde el frío del invierno sazonaba las calles de nieve. En aquella época era joven y sano.  En realidad, con el paso del tiempo he descubierto que la juventud, si se quiere, no se pierde. Ahora mis músculos ya no son tan fuertes como antes y mi salud no es tan buena, pero mi mente sigue estando fresca. No hacía mucho que vivía en este pueblo. Me encontré con él en uno de mis viajes de mochilero que solía hacer en lo que llaman el periodo de edad de la adolescencia. Me pareció un sitio precioso para pasar el invierno y me quedé allí trabajando en una granja que había en las afueras. A penas conocía a la gente del pueblo y ellos apenas sabían nada de mi. En realidad eso me gustaba, era un chico solitario que prefría la compañía de un buen libro y un fuego que calentase. Mis días solían ser parecidos y solían tener un rutina establecida. Todas las mañanas me levantaba temprano, desayunaba, hacía mis ejercicios y después iba a la granja a hacer mis labores.
Al terminar las tareas me cambiaba de ropa y salía a correr por el bosque que rodeaba la granja. Disfrutaba del paisaje, tomaba aire fresco y volvía corriendo a casa. Comía y me quedaba en el sofá leyendo. Cuando llegaba cierta hora acudía de nuevo a la granja, trabajaba y volvía a casa. Me duchaba y me metía en la cama. Así solía suceder mis días y a pesar de que la vida rutinaria no fuese conmigo, este estilo de vida concreto me encantaba. Sabía que cuando llegase el tiempo cálido de la primavera volvería a rellenar mi mochila y me iría a conocer más mundo. Por aquel entonces tan solo quería fortalecer mi cuerpo y mi mente. 

Sin embargo ese pueblo tenía algo guardado para mi. Como otro día más salí a correr por el bosque que rodeaba la granja de animales. Estaba corriendo por los caminos nevados, rodeado de arboles y grandes rocas cuando comencé a fijarme que en las piedras y en los troncos más viejos habían signos escritos. Detuve mi marcha cuando vi el primer grupo de garabatos. Me acerqué y vi que eran una flechas que indicaba una dirección. Habían otros dibujos que no sabría muy bien como explicar, pero jamás antes los había visto. Marcaba la dirección en la que yo solía avanzar, asique continué corriendo y pensando que querrían decir esas encriptaciones. Al cabo de unos cuantos metros volví a toparme con otro grupo de dibujos y letras. En estos pude leer las palabras "detente, para, observa y luego vuelve a avanzar" No se por qué pero me parecía algo muy inquietante, antes no había visto nada de eso. Había pasado muchas veces, pero no me había fijado. Es normal, porque estaban muy ocultos entre la maleza. Supongo que tendrías que pasar por ahí muchas veces para poderdarte cuenta. El caso es que me quedé observando a mi alrededor como la roca decía. El silencio invadió todo el espacio en el que me encontraba. Vi que había un pequeño camino que ascendía por la ladera de una de las montañas del bosque. Era estrecho y con un poco de pendiente. Me acerqué y pude ver que ahí habían otros dibujos. Quité con mis manos las plantas que tapaban la roca y pude leer algo parecido a "Solo a quien sea rápido, solo a quien disfrute del camino, solo  a quien no se rinda hasta no alcanzar la meta..." Otros dibujos aparecían en medio de la frase y luego acababa "Solo a esa persona le daré todo lo que fue mio."

Entonces me que quedé mirando hacía lo alto del camino y un escalofrío me sacudió todo el cuerpo. Tenía que ascender, eso estaba claro. Así que eso hice. Me puse a correr y a correr hacía arriba. En el sendero había flechas por todas partes que estaban guiando mi ruta. Yo solo tenía que seguirlas y no parar de correr. Me empecé a poner nervioso porque quería ver en que desenlazaría esta curiosa historia que parecía sacada de un cuento de hadas. Hasta que finalmente las palabras "detente, observa y disfruta" aparecieron delante de mi. Ante mi se habría un gran claro desde donde podía ver uno de los paisajes más bonitos que jamás haya visto. Había llegado a un lugar muy hermoso. Quizás el lugar más hermosos de aquel pueblo. Alguien quiso que yo estuviera ahí, empapando mis sentidos de placer. Pero había más. Vi de nuevo una flecha. La más bonita que hasta ahora había visto. Estaba talla en el tronco de un gran árbol y apuntaba hacía el suelo. Comencé a quitar la nieve que se había amontonado durante el invierno y encontré un cofre de madera. Era idéntico al que cualquier persona se imaginase cuando le cuentan historias de piratas. Lo abrí y dentro había una carta. La saqué del cofre y en aquel idílico lugar comencé a leerla. Estaba escrita a mano y era una letra muy bonita. En ella decía que era una persona que no había tenido descendencia y que su herencia quería dársela a quien hubiese seguido sus pasos. En la carta también había un documento formal firmado por esta persona en el que daba autorización de cobrar su herencia a quien pusiese su propio nombre y su firma. Me quedé contemplando aquellas maravillosas vistas con la carta en la mano y con un gran sonrisa. 

Este fue el regalo de navidad más inesperado que he tenido nunca. Aquel día aprendí que las personas dejan estelas de vida que pueden llevarnos a ellas. Desprenden un chorro de energía que puede atraernos y mostrarnos el lado maravilloso de la vida. Yo, mientras corría por aquel estrecho sendero, estaba desprendiendo mi estela, cada vez que corro o avanzo lo hago. Así que espero que alguien lo haya seguido alguna vez y le haya hecho muy feliz.

Realidades

Escrito por anónimo
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La espera no.

Desciendo por las escaleras y ando tranquilamente hasta llegar a un gran banco de piedra. Es de una piedra parecida al mármol, esta tallado de una forma muy rectangular, con bordes redondeados. Me siento y relajo mi cuerpo. El banco está un poco frío. Saco un libro de la mochila y comienzo a leer. Mi concentración se ve interrumpida por la llegada de otras personas en el andén. Continuo leyendo hasta que una persona que hay sentada a mi lado refunfuña en voz baja. Levanto la vista del libro y lo miro. Es un hombre de mediana edad. Tiene una cabeza redonda en la que se puede apreciar el brillo de su piel por la falta de pelo. Por la ropa que lleva me recuerda a una especie de autobusero o conductor de tranvías. Veo que esta mirando el panel de los horarios del tren. Dirijo mi mirada al reloj digital y compruebo que faltan doce minutos para las 23: 17 es decir, la hora en la que llegará el próximo tren. Continuo leyendo. Quedo sumergido en la trama de la historia durante doce placenteros minutos. Tan solo interrumpo la lectura en pequeñas ocasiones para comprobar la hora. Los doce minutos han pasado. A pesar de ello el tren aún no ha llegado. Pasan dos minutos más y el tren no llega. Entonces el reloj que marca el tiempo de llegada del próximo tren pasa a indicar 23: 21. Ahora faltan dos minutos para que el tren llegue. Acabo de leer un párrafo del libro y lo guardo en la mochila. No me gusta leer con la presión de saber que tendré que interrumpir la lectura para subir al vagón. Espero esos dos minutos y en vez de que llegue el tren, el reloj añade dos minutos más de espera. Me hace gracia la nueva intervención del personaje calvo. Suelta una queja y dobla el periódico. El resto de personas, un par de chicas jóvenes, otro chico y yo, permanecemos en la espera sin mostrar ningún tipo de muestra de queja. Los relojes vuelven a coincidir y el tren sigue burlando las coincidencias horarias. Esto sucede en cuatro ocasiones más. El hombre, harto de asomarse a las vías y andar de un lado a otro por el andén decide llamar a la dirección de la estación por una especie de interfono amarillo. Pulsa el botón y suena una frecuencia aguda y continua. Dura unos pocos segundos, los necesarios para poner en atención a todas las personas del andén. A continuación aparece la voz de un hombre. Es una voz distorsionada por el aparato.
– ¿Qué quieres? Pregunta a desgana, como si se le hubiese interrumpido en la hora de comer.
– ¿Que qué quiero? Responde concentrado el hombre calvo. Suelta una pequeña risa y prosigue:  Pues que venga el tren.
¿Que llegue el tren?¿Es esto una broma?
¿Una broma? Se supone que es usted el encargado de esta estación y quiero que me diga cuando demonios va a llegar.
Yo no soy el encargado de ninguna estación de tren. Si esta usted intentando bromear conmigo no lo va a conseguir.
Entonces el interfono deja de trasmitir señal. El hombre calvo se queda mirando el aparato y comprueba que efectivamente le han colgado. Se enfada mucho. Realmente todos estamos muy extrañados de lo que acaba de pasar. No sabemos como reaccionar. Pero el hombre mayor sí.
– Voy a hablar con el de la cabina, no se que tipo de broma es esta pero no me gusta nada.
Mientras dice esto se dirige hacia las escaleras. Yo decido ponerme la mochila y seguirle. Cuando subo las escaleras veo que el hombre está golpeando el cristal que encierra la cabina del responsable de la estación. En el interior hay un hombre también de mediana edad. Este si tiene pelo y además tiene una densa barba negra. Se está comiendo lo que parece ser algún tipo de arroz que venden en una tienda de comida para llevar. No usa ningún utensilio para comer, lo hace con las manos. Con las dos manos a la vez. Las mete en el recipiente plateado, coge un puñado en cada mano y se los mete en la boca. Los granos se le quedan por la barba y las manos se pringan de aceite. Esta sentado de espaldas a donde nosotros nos encontramos. Nos ignora de una forma totalmente despreocupada.
¿Te lo puedes creer? Me dice el hombre calvo. – ¡Me cago en Dios!
Increíble. Le respondo.
El hombre salta las vayas en las que se tica para pasar y se pone enfrente del barbudo. Le sonríe irónicamente y le hace un gesto de saludo con la mano abierta. El barbudo detiene su comida, mira atentamente al hombre que tiene enfrente, levanta lentamente su brazo derecho y pone la mano abierta en el cristal. Me recuerda a un gorila del zoo.
Hola. Se escucha a través del megáfono de la cabina.
Muy buenos días. Continua el calvo con ese aire irónico. – ¿Es usted el responsable de esta estación? El calvo ríe y añade: –Bueno, que pregunta, ya veo que no. Se crea un silencioEntonces el calvo reanuda de nuevo la comunicación.
Mire, me está usted tocando los cojones, me gustaría hablar con alguien responsable en esta estación. Así que o me atiende usted de una puta vez o llamo a la compañía y les informo de todo lo que está pasando. El silencio vuelve a aparecer.
Muy bien, pues nada, no me deja otra elección.
El calvo saca un móvil antiguo, de los que se abren para poder teclear los números. No se por qué, pero tiene el número de la compañía. Se lleva el teléfono a la oreja mientras mira fijamente al barbudo. Este baja por fin el brazo y pulsa su megáfono para poder hablar desde la cabina.
Cuelga. Le dice al calvo.
¿Cómo dices? ¿Que cuelgue? Ahora si que hablas eh.
O cuelga ahora mismo el puto teléfono o le arranco la cabeza hijo de la gran puta. Le dice seriamente.
El calvo se queda sorprendido por las palabras y por una extraña razón cuelga el teléfono. Se queda mirando fijamente al barbudo. La tensión reina en el momento. Yo me propongo intervenir en la situación pero prefiero esperar a que esto desenvuelva en algo más lógico.
¿Que ha dicho? Le responde el calvo con un tono de chulería. – ¿Que cojones me ha dicho?
Creo que ahora sería el momento para intervenir en la conversación e intentar rebajar la tensión de las palabras, pero el propio barbudo resuelve la situación.
Mire señor, yo no busco problemas, soy un hombre tranquilo que intenta cenar, eso es todo. Y usted viene aquí golpeando los cristales de mi cabina, preguntándome cosas acerca de mi ocupación. Molestándome.
Se queda pensando y prosigue.
Seguro que es usted el mismo que me ha llamado antes ¿Verdad?
Pues sí ¿Pero acaso no es este su trabajo?, ¿Estás ahí sentado por algo ¿no? Quiero saber cuando cojones vendrá el tren y si de verdad tanto te preocupa que llame a la compañía dime lo que quiero saber y no le molestaré más.
La conversación pasa de ser violenta a formal y eso me tranquiliza. El hombre barbudo coge los últimos puñados de arroz, se los mete en la boca y los engulle después de masticarlos. Pega un gran trago a una botella de plástico de dos litros de agua. Coge una servilleta y se la pasa por la barba y la boca. Se ríe y dice:
Lo siento amigo, le estoy bromeando. Si que soy el encargado de la estación .
Vale, entonces dígame si sabe a que hora llegará el próximo tren.
El próximo tren llegará, como puede usted ver en el panel de la estación, a las 23: 48, es decir, justo dentro de siete minutos, así que relájese y espere su dichoso tren.
Ya, pero es que resulta que lleva retrasándose desde hace lo menos 20 minutos.¿No puede llamar al conductor del próximo tren o algo?
Es usted una persona impaciente por lo que veo.
Pues sí, tengo prisa y no me gustan este tipo de incertidumbres estúpidas, todos los burócratas sois igual de desagradables, pero usted, usted es el burócrata más desagradable con el que me he topado en mi vida.
Yo no soy un burócrata.
Mire, dejemoslo, abra por favor alguna puerta y déjeme entrar de nuevo al andén.
Si quiere usted entrar de nuevo al andén tendrá que pagar.
¿Cómo ha dicho?
¿No ha escuchado usted lo que le he dicho o quiere que se lo vuelva a repetir?
El hombre calvo vuelve a irritarse.
– Por favor, ábrame las puertas y déjeme entrar.
– Me temo que no va a poder ser. Como persona responsable de esta estación no me está permitido abrirle una puerta a una persona que por su propia decisión ha salido del andén.
– Muy bien, pues entonces voy a colarme.
El calvo vuelve a saltar la vaya y se dirige hacia mi.
– Ese tipo esta loco, yo alucino de verdad, yo alucino.
Sigue su camino y baja las escaleras. Yo me quedo mirando la ancha espalda del hombre de la cabina. Cada vez más la idea de que es un gorila encerrado en una jaula del zoo se encaja más a su perfil. Realmente a mi también me ha resultado muy rara la reacción del encargado de la estación. Sin embargo he desarrollado cierta simpatía hacia él. Es una persona totalmente distinta a las demás. No entendía como una persona de su posición había reaccionado de aquel modo tan extraño. Me encantaría saber algo más de él para poder entender lo que acababa de pasar. Pero no soy una persona sociable y decido bajar de nuevo al andén. El hombre calvo realmente es una persona un tanto impaciente como le dijo el barbudo. Otras veces el tren se había retrasado también y la gente no había reaccionado de ese modo. No quiero criticar la forma de proceder que tuvo el hombre, porque en verdad tenía todo el derecho de pedir la información que deseaba, pero si que es verdad que interrumpió la cena de una persona por su impaciencia. También es verdad que si la persona al otro lado del interfono no hubiese sido peculiar todo se habría desarrollado con normalidad. Seguiríamos esperando tal como lo hacemos ahora.
Al poco de sentarme de nuevo en el banco de piedra fría se oye el sonido metálico de las puertas de la boca del metro de la parte donde está la cabina. Luego se escuchan los pasos del encargado que se dirigen a las escaleras del andén de enfrente. Baja las escaleras y comienza a cruzar el largo y vacío anden de la otra vía. El panel de la vía de enfrente está apagado. Al parecer no van a pasar hoy más trenes por ahí. Llega a las escaleras, las sube, tica en la vaya de arriba y se oye de nuevo como cierra las puertas de la otra boca del metro. Vuelve a ticar, baja las escaleras, cruza tranquilamente el andén, sube las escaleras y se mete en su cabina. Pasan los siete minutos y de nuevo el reloj vuelve a coincidir. El tren, por supuesto, no llega. Entonces la voz del barbudo aparece de nuevo en el andén a través de los megáfonos.
Atención, el tren de la linea 1 con dirección a X no va a llegar en ningún momento. Disculpen las molestias.
–¿Pero que cojones? Dice el hombre de edad de media.
Ahora estamos todos levantados, los jóvenes han dejado sus móviles y se han quitado sus auriculares. Nos miramos unos a otros sin saber que hacer. De nuevo el hombre mayor toma la iniciativa y esta vez le seguimos todos. Subimos las escaleras, vamos hacia la cabina y saltamos la vaya.
Oye, oye pedazo de mamón. Dice el calvo golpeando furiosamente el vidrio. – Ábranos las puertas ahora mismo o llamo a la policía.
Como era de esperar el hombre barbudo se queda sentado mirando fijamente al calvo sin decir nada. Se rasca la cabeza con el dedo indice de su mano derecha y vuelve a mantener la misma posición. Definitivamente es un simio bastante primitivo.
Eh, le han hecho una pregunta. Toma la iniciativa el joven. – Responda.
El barbudo mira con pereza al joven, lo ignora. Nos mira a cada uno de nosotros y fija de nuevo su mirada en el calvo.
¿Aún están ustedes aquí?
Sí, aquí estamos y queremos salir.
Espera un momento... yo a usted le conozco. Suelta el barbudo. – Usted es el mismo que interrumpió mi cena, el mismo que vino a golpear los cristales de mi cabina, el mismo que amenazó con llamar a mis superiores y que saltó la vaya para colarse en el andén. Es usted un canalla y está acabando con mi paciencia.
Mira, yo no se que clase de persona eres pero desde luego veo que es imposible hablar contigo. Voy a llamar a la policía y que ellos se ocupen de esto.
El calvo vuelve a sacar su móvil. Teclea los tres número de la línea de policía y se pone el teléfono en la oreja.
Cuelgue. Le dice con severidad el barbudo. – ¡Le he dicho que cuelgue!
El gorila se levanta de su silla torpemente y sale de la cabina con rapidez. Se acerca al calvo y de un manotazo le tira el teléfono al suelo. El calvo le pega un puñetazo en la boca y deja desconcertado al barbudo. Aprovecha para recoger el teléfono que no se había colgado y se lo vuelve a poner en la oreja.
Por favor, manden a alguien a... En este momento el barbudo le da un puñetazo en la cara al calvo y el teléfono sale volando. Esta vez se cierra al caer. Comienzan a pelearse. Las chicas se alejan y gritan. El otro joven coge de la espalda al gorila e intenta retenerlo. Yo le planto la mano en el pecho al calvo para que no siga. Ambos están sangrando.
No sueltes a ese cabrón. Le dice el calvo al joven – Y tú, ayuda y reduce a este tipo. Me manda a mi.
Hago caso y ayudo al otro joven a retener al barbudo. Esta aturdido por los golpes y no opone mucha resistencia. Parece estar borracho. Pero no huele a alcohol.
Por favor señor, ábranos las puertas y déjenos salir de la estación. Le pido yo con toda la tranquilidad que se puede tener en una situación como esta.
No puedo dejaros salir. Balbucea el hombre.
¿Cómo?
Que no puedo dejaros salir. Esta vez lo dice gritando y moviendo bruscamente sus extremidades para intentar liberarse. Nosotros lo mantenemos mientras el grita una y otra vez: No puedo dejaros salir, no puedo dejaros salir,no puedo dejaros salir. Un puñetazo directo en los morros lo deja inconsciente y hace que se calle.
Ahí mismo tiene las llaves de las puertas. Dice el calvo señalando el cinturón del jefe de la estación.  Cojamoselas y vayámonos de aquí cuanto antes.
Le arranca el manojo de llaves que tenía en su cinturón y se dirige a la puerta de la boca. Todos empezamos a andar detrás del hombre y dejamos atrás el cuerpo. El calvo comienza a probar llaves hasta que al final encuentra la que corresponde. La introduce y cuando va a girarla...Pum, recibe un balazo en la cabeza. Las chicas empiezan a chillar y yo me caigo al suelo del susto. El otro joven se queda mirando pálido al encargado.
El hombre barbudo esta de pie, con las piernas abiertas sosteniendo una pistola con las dos manos. Aún mantiene la posición del disparo y parece estar alucinando por lo que acaba de pasar. Baja lentamente los brazos sin soltar la pistola y se nos queda mirando. Las chicas le suplican entre lágrimas que por favor no nos haga nada y el otro muchacho le pregunta que qué quiere de nosotros. Yo sigo sentado, empotrado contra la pared, con los ojos muy abiertos y sin decir nada. Sus voces se mezclan en mi cabeza. No paro de mirar el rostro del barbudo. Parece que él este en un estado de shock similar al nuestro. Tiene los ojos muy abiertos y no para de mirar el cadáver del hombre calvo.
Esta claro que se trata de una persona con graves problemas de salud mental. Parece que esta haya sido la primera vez que haya matado a alguien y parece que por ahora no tiene intención de matar a nadie más. Aún está hipnotizado por lo que acaba de hacer. Asimilándolo. Pero en cualquier momento volverá en sí y nos verá. Y no se de que forma se dirigirá a nosotros, pero tiene un arma. Así que será mejor que las cosas se tranquilicen lo más posible. A partir de ahora me gustaría a mi tomar las riendas de la situación. Parece que ya va siendo mi momento de actuar.
Señor.
El barbudo ni se inmuta. Las chicas y el chico no dicen nada. Tiemblan literalmente de miedo.
Señor. Repito de nuevoEsta vez mi voz parece calar profundamente en la cabeza del señor barbudo y fija su mirada en mí. Es la mirada más fría que he sentido hasta ahora. Me mira de la misma forma que miraba a su victima. Es aterrador.
Señor, tranquilícese. Tranquilícese por favor. Somos personas que no queremos hacerle ningún daño y personas tranquilas como tú. No queremos ningún problema con usted y creo que usted tampoco quiere tener ningún problema con nosotros. Lo mejor será que deje el arma en el suelo y hablemos tranquilamente. ¿Que le parece?
Como es normal en él, se queda callado, asimilando lo que le acabo de decir. Levanta los brazos y me apunta. Mi corazón se acelera. Mis nervios se disparan. Jamás había estado tan nervioso. Soy consciente de que ahora mismo mi vida está en manos de un loco. Me arrepiento de haber adquirido el protagonismo. Debería haber dejado que él hubiese tomado la iniciativa. Pero ahora es tarde y tengo que hacer lo que sea para no acabar como el hombre calvo. Intento mantener la compostura y digo:
Antes has dicho que no querías que saliésemos ¿Verdad? (Me tiembla la voz) – Pues no saldremos.
Yo no he dicho que no quería que salieses.
He conseguido que su respuesta no sea un disparo. Ahora tengo que continuar con la conversación y llegar a un punto en el que él se encuentre cómodo. Así que pienso en lo que realmente había dicho.
Cierto, es verdad, usted no ha dicho que no quiera que salgamos. Lo que usted ha dicho es que no puede dejarnos ¿Es así?
Así es.
Vale ¿y por que no puedes dejarnos?
No puedo dejaros porque si no incumpliría con mi deber. El horario del cierre de puertas es el que es.
Le hablo como a un niño pequeño. Me doy cuenta de esto, pero no puedo evitarlo, considero que esta loco y tengo que enternecer como pueda la situación. Por ahora parece que me da resultados. Basándome en lo que me acaba de decir deduzco que es una persona que antepone cualquier norma ante cualquier situación. El hombre calvo tenía razón, es un burócrata técnico que ejecuta al pie de la letra las normas. Además de ser deficiente mental. Es una mezcla entre Eichman y un personaje del psiquiátrico.
De acuerdo, pues no saldremos. Esperaremos aquí hasta la hora de la apertura de puertas. Pero por favor, baja el arma, no me apunte con la pistola porque ya no es necesario. Le entiendo a la perfección y haremos lo que usted mande que por algo es usted el responsable de esta estación. ¿Vale?
Vale.
Baja la pistola. Se la guarda en su chaqueta y nos mira. He conseguido que el arma no apunte hacía mi. Mi tensión baja de una forma drástica. El arma a drenado toda mi energía y me ha dejado en un estado de gran flaqueza. Las piernas me tiemblan tanto que tengo que retroceder unos pasos para apoyarme en la pared. Una de las chicas me coge del hombro y reparto mi peso entre ella y la pared. Ella es consciente de que mis energías están agotadas y de que no podré hablar durante un rato. Así que me hace el relevo y continua hablando ella. Es inteligente y ha visto como le he tratado. Ella hace lo mismo y le habla con un tono suave e infantil.
Entonces, señor ¿cuando vamos a poder salir?
Saldréis de aquí cuando os abra las puertas. Que será mañana por la madrugada.
Vale, entonces, simplemente nos quedamos aquí quietos y esperamos a que usted mañana nos abra las puertas ¿Verdad?
Sí.
Bien, vale, pues entonces no te molestaremos más.
No quiero que llaméis a la policía. Si llamáis a la policía o hacéis alguna tontería os mataré. Los jóvenes ahora os creéis muy listos. Creéis que podéis controlar la situación ¿no? Creéis que estoy loco. Pero yo tan solo estoy haciendo mi trabajo lo mejor posible. Llevo en este oficio más de treinta años y nadie se había comportado de la forma que lo habéis hecho vosotros. Ese cabrón se lo merecía. Él se lo ha buscado. En esta estación mando yo. Son mis normas y mis reglas y él no me ha hecho ni puto caso. No ha hecho caso a lo que un superior le decía y eso es síntoma de rebeldía. En realidad le he hecho un favor a esta jodida sociedad. Porque el problema es que cada uno va a su bola, aquí nadie hace caso y luego pasa lo que pasa. Odio a ese tipo de gente. Se creen que sus asuntos son los únicos que tiene prioridad en esta vida. No me arrepiento de haberlo matado, ya tenía ganas de cargarme a un impresentable como este.
Todo esto lo dice mirando el cadáver. Ahora fija de nuevo su mirada en nosotros.
Por cierto, lanzarme vuestros teléfonos móvil. No me fío un pelo de vosotros.
Le hacemos caso y se lo lanzamos por el suelo. Mientras tanto continua con su discurso.
En realidad no tengo nada contra vosotros. Antes me habéis agarrado pero es porque os lo ha mandado ese gordo. A eso es a lo que me refería antes, los jóvenes creéis que controláis vuestro mundo, que sois independientes, pero no es así. Hacéis lo que los mandan. Lo que os ordenan. Todos los seres humanos somos iguales en ese sentido. Obedecemos y obedecemos. Y eso no es un problema, el problema es a quien obedezcamos. Si me hubieseis hecho caso desde el principio nos habríamos ahorrado todo este embrollo en el que estamos metidos.
Señala con ambas manos el gran charco de sangre en el que nos encontramos.
– En fin, ahora lo que vamos a hacer es esto. Vosotros os sentáis y esperáis tranquilamente a que amanezca y mientras yo me voy a mi garita a ver si puedo conciliar el sueño. ¿Os parece bien?
Parece que por fin va a dejarnos en paz. No le respondemos porque estamos asimilando todo lo ocurrido. Él se ríe y nos da las buenas noches. Se mete en su cabina, se quita el abrigo, saca una cama plegable de un mueble y se tumba.


Nosotros estamos alucinando. No se ellos, pero yo no había hecho nada de caso a su discurso. Solamente pensaba en que estaban siendo sus frases de despedida. Me había quedado con la idea de que no se arrepentía del asesinato. Parecía que todo ese discurso fuera para justificarse a él mismo lo que acababa de hacer. Cuando mató al hombre yo vi sus ojos y puedo estar seguro de que en ese momento desearía no haberlo hecho. Compensó esa carga de la conciencia ladrando cosas sobre el como deberían ser las cosas. A medida que iba hablando se auto-convencía más de lo que había hecho. Si esta noche puede dormir es que está increíblemente loco. Mientras tanto buscaré un rincón donde esperar hasta el amanecer. Vaya forma de acabar el día. Parece que hoy me tocaba esperar.